Sunday, February 5, 2012

Bicicletas; parte II

En nuestro último día en Florencia yo confieso que no me provocaba dar ni un paso más, pero como de todas formas había que dejar el hostal de 10am a 4pm, salimos en busca de una tienda Benetton pues Susana había quedado con ganas de una capa, pero no había su talla. Luego todavía hicimos la fila para entrar a Santa Maria dei Fiori, la catedral, muy particular por cierto, que como el nombre lo dice, parece hecha de pequeñas florecitas, y nos encontramos a un familión colombiano al lado nuestro en la fila. Después de esto fuimos al museo Galileo que era lo que todavía quería ver yo, porque mi cuento con el arte, es que ya estaba en un punto que todo lo que veía iba más allá de mi memoria y de mi capacidad de absorción, entonces miraba por mirar, no captaba la trascendencia de las obras, lo que es una pena. Susana si se sabia todos los nombres, técnicas, autores…
En todo caso estábamos juntas, Susana y yo a pesar de las diferencias de intereses a estas alturas. Y el museo Galileo, a pesar de no estar muy fuertemente incluido en el derrotero florentino, fue una grata sorpresa, aprendimos muchas cosas, y nos deparamos con un museo muy bien montado, cosa que hasta aquí creíamos que era una debilidad de los italianos.  Luego del museo,  almorzamos una pasta grasosa y cara, y volvimos al hostal.
Nos quedaba medio día de bicicleta, así  que fuimos por ellas para esta vez, bajo el sol, andar un poquito en bici. Pusimos meta de adonde queríamos ir, al Palazzo Pitti, pero yo me le volé a Susana, y después no la encontraba. Me dio algo de susto, pero mientras tanto la jovencita hizo su camino y tomó algunas varias fotos. Hicimos las paces. Queríamos un parque para andar en bicicleta, y al primero que fuimos ya lo iban a cerrar y de todas formas no dejaban entrar en bicicleta, eran los jardines de Boboli, luego buscamos un segundo, y enfrentamos en tráfico no muy fácil y llegamos allá y era un morro, así que fuimos a nuestra tercera opción en el mapa, que era un verdecito cerca del rio, y allí dimos algunas vueltas. Luego nos sentamos. Volvimos a hacer las paces. Reímos. Disfrutamos los últimos ratos de nuestro viaje Parte I. Luego cogimos las bicicletas de nuevo, y fuimos por un gelatto. Así, volvimos a Santa Monaca a arreglar una vez más nuestras maletas, de forma definitiva para viajar al día siguiente a Madrid. Conocimos nuestras nuevas compañeras de cuarto, tres hermanas francesas, que andaban viajando. Y otras dos brasileñas. Profitez Florence! Maletas listas, baño listo, a la cama que el otro día había que madrugar y nos esperaban una nueva colección de aventuras de ahí en adelante.

Nuestro vuelo Ryanair era de Bologna a Madrid, partía a las 11 y 30, había que estar una hora antes, 10 y 30, estábamos en Florencia, a media hora en tren rápido de la estación de trenes de Bologna, y ésta a su vez a media hora del aeropuerto en bus, más la espera entre ambos. Asi que había que tomar en tren más cercano de las 9. Pero ese que llegaba en media hora salía a las 8, o a las 10, los demás se demoraban hora y media. A las 8 por lo tanto partía nuestro tren, eso significaba que teníamos que estar en SMN unos diez minutos antes, y que había que coger sin posibilidad de pérdida, el bus que salía de cerca del hostal cerca a las 7 y 15. La vieron??? Con mochilas por supuesto, en su mayor peso. Bueno. Todo estaba calculado, y nada podía salir mal. A las 6 y media la chica española Vodafone nos avisó que era hora de levantarse. Nos lavamos la cara, cerramos lo último, y sin despertar nuestras vecinas salimos.
Todo salió a la maravilla, a las 7 y 30 estábamos en la estación, desayunamos, a las 8 y 37 estábamos en Bologna, alcanzamos el bus inmediatamente, más tardar a las 9 y media estábamos en el aeropuerto. Nada mejor.  Nuestras mochilas pesaban 14 y muchos quilos cada una, pero era menos de 15, así que dentro de lo que se les había pagado (las maletas valen casi lo mismo que el pasajero en este tipo de viaje), nos revisaron el pasaporte, sin problemas. Susana tenía su morral, y yo la bolsa con la cámara y el otro morral, porque arriba se lleva exclusivamente UN volumen, ya sabíamos, y Renata nos confirmó que eran muy estrictos, y con ella encontramos la bolsa que buscábamos para transformar dos volúmenes en uno.  Sentadas ya en sala de espera, faltaban 2 horas para el vuelo. Pero estaba atrasado, 2 horas. Saldríamos a la hora que deberíamos estar llegando a Madrid. Leímos, observamos, pero la verdad es que se hacía difícil pasar el tiempo. Yo particularmente tenía mucha ilusión en llegar a Madrid.
La segunda etapa del viaje se llama “tercer encuentro AHE”, me cuesta explicar así simplemente esto que significa, pero espero que el relato de aquí en adelante sea medio auto-explicativo. Adelanto que era el motivo principal del viaje, al que le adjuntamos todo esto que pasó hasta aquí, claro, aprovechado y disfrutado al  máximo. Pero estas tres letricas AHE, eran lo que en verdad nos traían aquí al viejo continente.  Al pisar nuestro avión en Madrid, después de los por mi temidos aterrizajes, primero nos esperaba Moni, querida española que yo había conocido en Brasil dos años antes, y la secretaria de este encuentro, además de mi compañera de equipo mixto. Había tenido la fortuna de estar en contacto con ella el primer semestre de este año, y en especial durante todo el viaje, además de los e-mails que mandaba como la misteriosa “chica de los mails”. Por cierto, yo evadía tareas con las cuales le debería estar colaborando pero nuestro modo de vida nómade  de los últimos dos meses impedía un poquito. Con Moni, nos esperaba un reencuentro, de esos, como había pasado en Paris con Thomas, que parecen increíbles, que conoces a una persona por algún tiempo, sin saber cuándo se va a dar lo de volverse a ver, y de pronto, ahí está la oportunidad. Fuera de Messenger, de Facebook, estaba muy cerca de volver a abrazar a Moni, y a varias personas más.
 En Madrid, también nos esperaba un poco la sensación de volver parcialmente a casa. No sé, como que después de todo volver a un sitio donde se habla español, es como volver un poco a lo de uno. Aunque en realidad sea muy distinto, pero sí que había un cierto confort. Además del idioma, volvíamos a un sitio donde ya habíamos estado hacia relativamente poco, digamos que… ya conocíamos los códigos principales, como: metro, centro, distancias, lo básico. Con ese vuelo, cerrábamos el primer lazo del viaje, volvíamos a nuestro punto de partida, para comenzar otro periplo. A pesar de nuestro cansancio de turistas, teníamos que tomar nuevo aliento y volver a empezar.
Por todo ello no cabía en mi de ganas de llegar a Madrid, por todo ello, Susana estaba que me abandonaba en algún sitio ya hacía unos días (para ella Moni no era más que la chica misteriosa de los mails, para ella no había reencuentros, había toda una novedad, pero era entendible que no compartiera toda mi ansiedad). Y por Ryanair teníamos que esperar dos horas más para que todo esto pasara!

Vietato calpestare il prato

Nuestros dos últimos días en Florencia fueron bastante variados, en emociones, carreras, movimientos, etc. Como habíamos quedado con Renata, salimos el 28 de julio rumbo a la galería Ufizzi, la de más glamour tal vez, en la ciudad del renacimiento. No sin antes el desayuno consistentesito en la pastelería cerca de  Santa Monaca (el hostal) que por cierto quedaba al lado de una iglesia en desuso, que ya no servía como iglesia, donde hacían presentaciones de piano carísimas, y nosotros podíamos aprovechar algo de los ensayos durante el día. Yendo a la galería Renata nos mostró una feriecita de artesanías.  La previsión de espera en la fila de la Ufizzi: 3 horas, y todavía hay que aguantar que pasen mil jóvenes vendiendo paquetes de “evasión a la fila”, con hora reservada y tal. Aguantamos firmes nuestras tres horas. Luego pagamos una de las entradas más caras hasta aquí, sin descuento para estudiantes. Y por fin, teníamos el derecho y deber de conocer las preciosidades escondidas en las salas de la galería. Renata es estudiante de museología en Brasil, y a medida que fuimos observando las obras, nos fue contando lo mal que estaba organizado el museo, y es verdad, pocas indicaciones, caminos laberinticos, cuadros sobre detalles de pintura de la pared. En fin, quien soy yo para seguir la lista, y sobre todo para no recomendar la visita a semejante templo de obras de arte, pero solo le encuentro una explicación, tanta es la cantidad de bellezas que debe albergar el sitio, que no dan cuenta de administrarlo. Vimos el Nacimiento de Venus, entre otras miles de obras de arte.
Salimos de allí y volvimos al hostal, Renata iba por su mochila, y de ahí cogimos el bus para la estación de trenes. Llegamos cercanas las 6 de la tarde, y vimos el próximo tren para Pisa. Esperamos un rato, y estuvo, partimos a Pisa. El trayecto se demora algo más de media hora, en el cual mis compañeras de percurso se echaron una siesta.  En el tren, había sillas reservadas para oficiales heridos en la guerra!




Llegamos a la ciudad de Galileo cercanas las 7 de la tarde. Renata dejó su mochila en el guarda volúmenes, el cual cerraba a las nueve. Nos conseguimos un mapa de Pisa, después de preguntar por ahí, y algunas respuestas no muy amables en la estación, y descubrimos que la torre quedaba por allá en el otro extremo, una media hora de caminada rápida. Así que nos largamos, fuimos por la calle principal de Pisa, observando las tiendas, pero a paso rápido, sin detenernos mucho, esperando en cada curva avistar el famoso edificio. Allí, en la próxima, sí, yo he visto fotos de tal ángulo. Pero la torre inclinada está bien escondida, solo se deja ver cuando uno ya está muy cerca. Y la acaban de limpiar, entonces está hermosa. Defrauda un poco la altura, cuando uno la ve le da la impresión de que es enana, pero es que la mayoría de fotografías no incluyen en la toma la enorme iglesia que queda al lado, de la cual la torre era el campanario, entonces pierde protagonismo.  Una cosa extraña que pasa es que miras la torre y mirás al rededor y ya no sabes bien qué es lo que está inclinado, si la torre o los demás edificios, dá una sensación rara. Averiguamos subidas, la próxima que tenía cupos solo a las 10 de la noche, y como teníamos que volver por la mochila de Renata, y nosotras dos a Florencia aun ese día, agradecimos la oportunidad de no gastar 16 euros.
Al frente de la torre, al lado de la iglesia hay una manga (césped, pasto,etc.. luego entraremos en detalles sobre este tema) provocativa, bien verdecita, bien planita….. Deliciosa. Está cercada por una cadena, y cada tantos metros hay una placa roja que prohíbe en inglés y en italiano pisarla. La única en toda Europa, dado que la manga es un bien de uso publico, según veníamos observando. Y la más desrespetada. Había varias decenas de personas al interior de la cadena.  Así que nosotros no íbamos a ser la excepción. Nos metimos a tomar las fotos que no pueden faltar al frente de la torre de Pisa: sosteniendo la famosa construcción inclinada, de mil maneras, la luz y el cielo nos ayudaban.
Luego de un momentico bobeando por ahí, resolvimos que era hora de emprender el regreso, además que nos venía cogiendo el hambre (estábamos con el desayuno) y volvimos a la estación. Recuperamos la mochila de Renata, y fuimos a comer pizza ahí en las comidas de la estación. Quedaban tres pedazos. Nos despedimos de Renata recordándole que no se le fuera olvidar su tren al aeropuerto y que corriera todo bien. Y nos fuimos a tomar nuestro tren de regreso, había dos como con 20 minutos de diferencia, pretendíamos coger el primero, pero nos equivocamos de andén, y esperamos en el que venía de Florencia y no en el que iba para allá. Por suerte nos dimos cuenta a tiempo y alcanzamos a coger el de más tarde. Ya era de noche. Al lado de nosotros unos turistas orientales, y el tren vacío. Llegamos a Florencia, y ya no había buses, así que nos fuimos a piecito no más hasta el hostal. Cuando llegamos teníamos nuevas compañeras de pieza.

Saturday, February 4, 2012

David emparamado










Y se llegó la hora de conocer a Florencia bajo la luz del sol. Ese día, sin la compañía de Rebeca que se había ido a encontrar con su chico en Bolognia, decidimos disfrutar de uno de los (pocos) servicios que nos ofrecía el hostal: alquiler de bicicletas. Así que después de desayunar a la italiana en el bar de la esquina, es decir cappucino y alguna cosa, volvimos al hostal para salir pedaleando, con el objetivo de ver a Florencia en dos ruedas.

Nuestra primera parada obligatoria era, como siempre, la estación de trenes, para comprar los tiquetes para el próximo y esta vez último viaje en tren. Al llegar a Santa Maria Novella nos gastamos un rato ingeniándonos una forma de poner los candados de forma que asegurara la mayor cantidad posible de partes de las bicicletas, por temor a, al volver, encontrarlas en el estado tan lamentable en el que habíamos visto a tantas bicicletas en Europa: despojadas de sus ruedas, manubrio, sillín, etc.

Resultó que la primera parada nos tomó mucho más tiempo de lo que teníamos previsto, pues al entrar a la estación nos topamos con una fila tamaño gigante, y lo que hacia la escena aún más absurda: de 19 taquillas, solo una estaba atendiendo a los viajeros. Sin más remedio y armadas de paciencia, nos pusimos en la espera.

Una hora y media después, salíamos de la estación con tiquetes para Bolognia, de donde partía nuestro vuelo, en mano. Pero lo que no nos esperábamos encontrar afuera era la lluvia. Ahí se empezaron a diluir nuestros planes de conocer Florencia en cicla, que de por si no es una ciudad fácil de pedalear, bajo el agua ni hablar. Al principio hicimos caso omiso a las gotas, pero algunas cuadras después la lluvia se convertía en aguacero y nos dimos cuenta de que nuestra mejor opción era tomar el camino de vuelta al hostal.

Llegamos a lo que en ese entonces era nuestra casa mojadas hasta los huesos. Lo único que seguía seco eran los tiquetes que habíamos comprado. Afortunadamente la señora que estaba atendiendo en recepción, en un gran gesto de comprensión, aceptó darnos un bono para prestar otro día las bicicletas por mezza giornata que habíamos pagado y no andado.

Mientras subimos a la torre y cambiamos nuestras ropas chorreantes por otras secas, empezamos a sentir algo de hambre...y con toda razón: ya eran casi las 5 de la tarde! El único inconveniente es que a esa hora no abundan los lugares donde todavía sirven algo que se le pueda decir almuerzo. Finalmente, después de voltear por algunas callecitas, dimos con una piazzetta que tenía una iglesia y lo que es más interesante, un restaurante que aún servía comida. Este restaurante tenía una decoración bastante particular: sus paredes estaban cubiertas con hojas de papel que tenían como forma el perfil de la iglesia. En cada una de ellas había una pequeña obra de arte, un dibujo en algunas sorprendente, en otras algo predecible, pero que en conjunto hacían interesantes a las paredes y explorarlas resulta un buen pasarratos mientras se espera la comida.

De barriga llena y corazón contento fuimos a buscar otra actividad. Encontramos una que cumplía con el requisito de ser bajo techo: Visitar el Museo dell’Accademia en donde se encuentra una de las obas maestras de Michelangelo, el David. Ya nos habían avisado al respecto de la larga fila a la que había que someterse en aquel lugar, lo que nos hizo pensar dos veces si realmente queríamos enfrentarnos a dos filas kilométricas en un solo día. Para sorpresa nuestra, al llegar al museo encontramos muy poca gente esperando. Claro, no son muchas las personas que deciden entrar a un museo 50 minutos antes de que este cierre. Pero para nosotros fue suficiente. Una visita no muy detallada, claro está, pero alcanzamos a conocer al chico famoso, además de una exposición temporal de un escultor llamado Lorenzo Bartolini, que a mi parecer tenía obras tan interesantes como el monumental bloque de mármol esculpido alrededor del cual la gente se amontonaba como hormigas en un dulce en la sala principal.





Después de ser sacadas fuera del museo a las 6:50pm por los encargados del lugar y no contentas con la baja actividad turística del día, fuimos a visitar el Duomo, es decir la catedral, ya que, a pesar de la lluvia, todavía teníamos largas dos horas de luz solar.

Hasta el momento no les había mencionado nada sobre el Duomo de Firenze. Falla mía porque es una construcción realmente admirable por la cual es imposible pasar de largo. La iglesia, colorida y llena de detalles hace juego con el baptisterio que se encuentra justo en frente, y es coronada por una imponente cúpula, hazaña arquitectónica hecha por Brunelleschi. Tristemente, cuando llegamos allá el templo ya había terminado el horario de visitas. Nos dedicamos entonces a detallar las puertas del baptisterio, sobre todo las llamadas “Puertas del Paraíso” y tomar foticos (lo cual era algo así como un desafío, si se tiene en cuenta que aún llovía)

Íbamos las dos hermanas rumbo a “casa” determinadas a encerrar por aquí nuestra jornada, cuando al cruzar por el castello vecchio, que es, como el nombre lo dice, un castillo viejo, vimos que aún estaba abierto. Movidas por la curiosidad entramos a ver si había algo que valiera la pena. Terminamos por hacer todo el recorrido interno del castillo, ya que la entrada no era abusivamente cara. Entre techos y paredes finamente decorados encontramos cosas interesantes, como una sala recubierta de mapas y llena de antiguos instrumentos de geografía. Además en una terraza nos deleitamos con una vista de Florencia: el rio, el duomo, Ponte Vecchio, etc. Y para completar la escena, en ese momento salió un arco iris que nos alegró un poco más el día. Saliendo del castillio Isabel y yo tuvimos una conversación exaltada acerca de hasta qué punto es prudente que alguien se queje de su dedo del pie...


Ahora sí, rumbo a “casa” (con escala para el gelato reglamentario) y a dormir se dijo que Florencia nos esperaba con días más soleados.


Notte Fiorentina

Después de un largo tiempo sin dar el aire de mi gracia por acá, vuelvo casi al fin de nuestro paseo para dar mi versión de los hechos. Casi puedo asegurar que a estas alturas, de las dos viajeras, la que más estaba disfrutando de las peripecias era yo. Así que me devolveré un poquito en el relato para contarles de nuestra primera noche en la ciudad del Renacimiento.

La idea de salir a dar un paseo nocturno surgió de las ganas de Rebeca, nuestra compañera de cuarto brasileña, de conocer Firenze a la luz de la luna. Hay que pensar que por la noche durante el verano europeo significa muy tarde (aun en Italia, uno de los más sureños países europeos). Creo que a nosotras solas nunca se nos habría ocurrido...

...lo cual habría sido una lástima. Resulta que Florencia por la noche se transforma, como si fuera otra ciudad distinta. ¡Y la Florencia nocturna nos recibió con los brazos abiertos! A esa hora la gente no se molesta en sentarse a oír a un músico de la calle, cantar sus canciones y aplaudirle, dejar que la melodía le llegue al alma, alma que de día va tan ocupada con tantas otras cosas. Es la hora en que los adultos montan en el carrusel, sin sentir pena al reconocer que aún tiene algo de magia dar vueltas en un caballito de fibra rodeado de luces de colores.

Hora en que un desfile de gente vestida con trajes medievales es algo muy interesante y no un estorbo, y que incluso acompañar la “payasada” por un momento puede resultar divertido. Hora de tomar fotos con largos tiempos de exposición, y no limitarse a captar una centésima de segundo, o en otras palabras, un instante. Claro que hay tantos olores, sonidos y atmosferas que ni la mejor cámara puede capturar...

Quizás, es la hora en que, alentados por el anonimato y un cierto estado de trance que producen las luces artificiales y de colores, las personas se animan a reír a carcajadas, a contar chistes, a bailar al sonido de la música sin ponerle mucha atención a las miradas de los otros. A esa hora las críticas se ven reducidas.

A esa hora la gente se atreve a ser más gente.