Saturday, February 4, 2012

David emparamado










Y se llegó la hora de conocer a Florencia bajo la luz del sol. Ese día, sin la compañía de Rebeca que se había ido a encontrar con su chico en Bolognia, decidimos disfrutar de uno de los (pocos) servicios que nos ofrecía el hostal: alquiler de bicicletas. Así que después de desayunar a la italiana en el bar de la esquina, es decir cappucino y alguna cosa, volvimos al hostal para salir pedaleando, con el objetivo de ver a Florencia en dos ruedas.

Nuestra primera parada obligatoria era, como siempre, la estación de trenes, para comprar los tiquetes para el próximo y esta vez último viaje en tren. Al llegar a Santa Maria Novella nos gastamos un rato ingeniándonos una forma de poner los candados de forma que asegurara la mayor cantidad posible de partes de las bicicletas, por temor a, al volver, encontrarlas en el estado tan lamentable en el que habíamos visto a tantas bicicletas en Europa: despojadas de sus ruedas, manubrio, sillín, etc.

Resultó que la primera parada nos tomó mucho más tiempo de lo que teníamos previsto, pues al entrar a la estación nos topamos con una fila tamaño gigante, y lo que hacia la escena aún más absurda: de 19 taquillas, solo una estaba atendiendo a los viajeros. Sin más remedio y armadas de paciencia, nos pusimos en la espera.

Una hora y media después, salíamos de la estación con tiquetes para Bolognia, de donde partía nuestro vuelo, en mano. Pero lo que no nos esperábamos encontrar afuera era la lluvia. Ahí se empezaron a diluir nuestros planes de conocer Florencia en cicla, que de por si no es una ciudad fácil de pedalear, bajo el agua ni hablar. Al principio hicimos caso omiso a las gotas, pero algunas cuadras después la lluvia se convertía en aguacero y nos dimos cuenta de que nuestra mejor opción era tomar el camino de vuelta al hostal.

Llegamos a lo que en ese entonces era nuestra casa mojadas hasta los huesos. Lo único que seguía seco eran los tiquetes que habíamos comprado. Afortunadamente la señora que estaba atendiendo en recepción, en un gran gesto de comprensión, aceptó darnos un bono para prestar otro día las bicicletas por mezza giornata que habíamos pagado y no andado.

Mientras subimos a la torre y cambiamos nuestras ropas chorreantes por otras secas, empezamos a sentir algo de hambre...y con toda razón: ya eran casi las 5 de la tarde! El único inconveniente es que a esa hora no abundan los lugares donde todavía sirven algo que se le pueda decir almuerzo. Finalmente, después de voltear por algunas callecitas, dimos con una piazzetta que tenía una iglesia y lo que es más interesante, un restaurante que aún servía comida. Este restaurante tenía una decoración bastante particular: sus paredes estaban cubiertas con hojas de papel que tenían como forma el perfil de la iglesia. En cada una de ellas había una pequeña obra de arte, un dibujo en algunas sorprendente, en otras algo predecible, pero que en conjunto hacían interesantes a las paredes y explorarlas resulta un buen pasarratos mientras se espera la comida.

De barriga llena y corazón contento fuimos a buscar otra actividad. Encontramos una que cumplía con el requisito de ser bajo techo: Visitar el Museo dell’Accademia en donde se encuentra una de las obas maestras de Michelangelo, el David. Ya nos habían avisado al respecto de la larga fila a la que había que someterse en aquel lugar, lo que nos hizo pensar dos veces si realmente queríamos enfrentarnos a dos filas kilométricas en un solo día. Para sorpresa nuestra, al llegar al museo encontramos muy poca gente esperando. Claro, no son muchas las personas que deciden entrar a un museo 50 minutos antes de que este cierre. Pero para nosotros fue suficiente. Una visita no muy detallada, claro está, pero alcanzamos a conocer al chico famoso, además de una exposición temporal de un escultor llamado Lorenzo Bartolini, que a mi parecer tenía obras tan interesantes como el monumental bloque de mármol esculpido alrededor del cual la gente se amontonaba como hormigas en un dulce en la sala principal.





Después de ser sacadas fuera del museo a las 6:50pm por los encargados del lugar y no contentas con la baja actividad turística del día, fuimos a visitar el Duomo, es decir la catedral, ya que, a pesar de la lluvia, todavía teníamos largas dos horas de luz solar.

Hasta el momento no les había mencionado nada sobre el Duomo de Firenze. Falla mía porque es una construcción realmente admirable por la cual es imposible pasar de largo. La iglesia, colorida y llena de detalles hace juego con el baptisterio que se encuentra justo en frente, y es coronada por una imponente cúpula, hazaña arquitectónica hecha por Brunelleschi. Tristemente, cuando llegamos allá el templo ya había terminado el horario de visitas. Nos dedicamos entonces a detallar las puertas del baptisterio, sobre todo las llamadas “Puertas del Paraíso” y tomar foticos (lo cual era algo así como un desafío, si se tiene en cuenta que aún llovía)

Íbamos las dos hermanas rumbo a “casa” determinadas a encerrar por aquí nuestra jornada, cuando al cruzar por el castello vecchio, que es, como el nombre lo dice, un castillo viejo, vimos que aún estaba abierto. Movidas por la curiosidad entramos a ver si había algo que valiera la pena. Terminamos por hacer todo el recorrido interno del castillo, ya que la entrada no era abusivamente cara. Entre techos y paredes finamente decorados encontramos cosas interesantes, como una sala recubierta de mapas y llena de antiguos instrumentos de geografía. Además en una terraza nos deleitamos con una vista de Florencia: el rio, el duomo, Ponte Vecchio, etc. Y para completar la escena, en ese momento salió un arco iris que nos alegró un poco más el día. Saliendo del castillio Isabel y yo tuvimos una conversación exaltada acerca de hasta qué punto es prudente que alguien se queje de su dedo del pie...


Ahora sí, rumbo a “casa” (con escala para el gelato reglamentario) y a dormir se dijo que Florencia nos esperaba con días más soleados.


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