
Nuestros dos últimos días en Florencia fueron bastante variados, en emociones, carreras, movimientos, etc. Como habíamos quedado con Renata, salimos el 28 de julio rumbo a la galería Ufizzi, la de más glamour tal vez, en la ciudad del renacimiento. No sin antes el desayuno consistentesito en la pastelería cerca de Santa Monaca (el hostal) que por cierto quedaba al lado de una iglesia en desuso, que ya no servía como iglesia, donde hacían presentaciones de piano carísimas, y nosotros podíamos aprovechar algo de los ensayos durante el día. Yendo a la galería Renata nos mostró una feriecita de artesanías. La previsión de espera en la fila de la Ufizzi: 3 horas, y todavía hay que aguantar que pasen mil jóvenes vendiendo paquetes de “evasión a la fila”, con hora reservada y tal. Aguantamos firmes nuestras tres horas. Luego pagamos una de las entradas más caras hasta aquí, sin descuento para estudiantes. Y por fin, teníamos el derecho y deber de conocer las preciosidades escondidas en las salas de la galería. Renata es estudiante de museología en Brasil, y a medida que fuimos observando las obras, nos fue contando lo mal que estaba organizado el museo, y es verdad, pocas indicaciones, caminos laberinticos, cuadros sobre detalles de pintura de la pared. En fin, quien soy yo para seguir la lista, y sobre todo para no recomendar la visita a semejante templo de obras de arte, pero solo le encuentro una explicación, tanta es la cantidad de bellezas que debe albergar el sitio, que no dan cuenta de administrarlo. Vimos el Nacimiento de Venus, entre otras miles de obras de arte.
Salimos de allí y volvimos al hostal, Renata iba por su mochila, y de ahí cogimos el bus para la estación de trenes. Llegamos cercanas las 6 de la tarde, y vimos el próximo tren para Pisa. Esperamos un rato, y estuvo, partimos a Pisa. El trayecto se demora algo más de media hora, en el cual mis compañeras de percurso se echaron una siesta. En el tren, había sillas reservadas para oficiales heridos en la guerra!


Llegamos a la ciudad de Galileo cercanas las 7 de la tarde. Renata dejó su mochila en el guarda volúmenes, el cual cerraba a las nueve. Nos conseguimos un mapa de Pisa, después de preguntar por ahí, y algunas respuestas no muy amables en la estación, y descubrimos que la torre quedaba por allá en el otro extremo, una media hora de caminada rápida. Así que nos largamos, fuimos por la calle principal de Pisa, observando las tiendas, pero a paso rápido, sin detenernos mucho, esperando en cada curva avistar el famoso edificio. Allí, en la próxima, sí, yo he visto fotos de tal ángulo. Pero la torre inclinada está bien escondida, solo se deja ver cuando uno ya está muy cerca. Y la acaban de limpiar, entonces está hermosa. Defrauda un poco la altura, cuando uno la ve le da la impresión de que es enana, pero es que la mayoría de fotografías no incluyen en la toma la enorme iglesia que queda al lado, de la cual la torre era el campanario, entonces pierde protagonismo. Una cosa extraña que pasa es que miras la torre y mirás al rededor y ya no sabes bien qué es lo que está inclinado, si la torre o los demás edificios, dá una sensación rara. Averiguamos subidas, la próxima que tenía cupos solo a las 10 de la noche, y como teníamos que volver por la mochila de Renata, y nosotras dos a Florencia aun ese día, agradecimos la oportunidad de no gastar 16 euros.

Al frente de la torre, al lado de la iglesia hay una manga (césped, pasto,etc.. luego entraremos en detalles sobre este tema) provocativa, bien verdecita, bien planita….. Deliciosa. Está cercada por una cadena, y cada tantos metros hay una placa roja que prohíbe en inglés y en italiano pisarla. La única en toda Europa, dado que la manga es un bien de uso publico, según veníamos observando. Y la más desrespetada. Había varias decenas de personas al interior de la cadena. Así que nosotros no íbamos a ser la excepción. Nos metimos a tomar las fotos que no pueden faltar al frente de la torre de Pisa: sosteniendo la famosa construcción inclinada, de mil maneras, la luz y el cielo nos ayudaban.

Luego de un momentico bobeando por ahí, resolvimos que era hora de emprender el regreso, además que nos venía cogiendo el hambre (estábamos con el desayuno) y volvimos a la estación. Recuperamos la mochila de Renata, y fuimos a comer pizza ahí en las comidas de la estación. Quedaban tres pedazos. Nos despedimos de Renata recordándole que no se le fuera olvidar su tren al aeropuerto y que corriera todo bien. Y nos fuimos a tomar nuestro tren de regreso, había dos como con 20 minutos de diferencia, pretendíamos coger el primero, pero nos equivocamos de andén, y esperamos en el que venía de Florencia y no en el que iba para allá. Por suerte nos dimos cuenta a tiempo y alcanzamos a coger el de más tarde. Ya era de noche. Al lado de nosotros unos turistas orientales, y el tren vacío. Llegamos a Florencia, y ya no había buses, así que nos fuimos a piecito no más hasta el hostal. Cuando llegamos teníamos nuevas compañeras de pieza.
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